¿Por que da Ansiedad?

5 de mayo de 2025by admin

“Me consume la ansiedad… ¿pero qué me quiere decir?”

 

La ansiedad no es un error del cuerpo ni una patología de la mente. Es una irrupción. A veces sutil, a veces violenta. No llega con permiso, ni avisa. Simplemente, se presenta. Y lo hace como puede: un nudo en la garganta, un dolor en el pecho, un hambre inexplicable, un temblor que no encuentra descanso. La ansiedad, en lugar de ser una falla, puede ser leída como una forma que encuentra el cuerpo de decir lo que aún no se ha podido nombrar.

“La Ansiedad: no es falla, es señal”

De dónde viene la ansiedad

¿Por qué da ansiedad?

Hay preguntas que no buscan respuestas definitivas, sino abrir un espacio. Esta es una de ellas.

La ansiedad no se produce solo por algo ¨externo¨. No es únicamente el trabajo, el dinero, los vínculos o las exigencias sociales. Es la forma en que algo de eso resuena en lo más íntimo de cada uno. La ansiedad no se genera por un evento en sí mismo; se despierta en la forma particular en que ese evento toca una historia, una falta, un deseo que no encuentra cauce.

¿Por qué te da ansiedad? Tal vez no sea exactamente «por» algo, sino «con» algo. Con tu manera de habitar el mundo. Con lo que te exigís. Con lo que no pudiste decir. Con ese silencio que se hizo tan largo que el cuerpo empezó a gritar.

Con tus modos de apurarte para no sentir. Con la manera en que evitas ciertas preguntas, como si fueran peligrosas. Con el esfuerzo de parecer que todo está bien, cuando por dentro algo se mueve, se inquieta, se pregunta. Con esa historia que no terminó de cerrarse, con esa herida que no encontró palabras. Con la ausencia de un otro que te escuche sin apurarte. Con ese intento de tener todo bajo control, como si el control pudiera tapar el vacío.

Entonces, la ansiedad no aparece solo como respuesta. Aparece también como protesta. Como intento. Como lenguaje…

“¿Por qué me da ansiedad?: una pregunta que no busca respuestas sino espacio”

Qué la provoca

¿A qué se debe la ansiedad?

A veces creemos que si encontramos la causa, podremos detenerla. Pero la ansiedad no funciona como una cadena lineal de causas y efectos. No hay un botón que la dispara ni uno que la apague. Más bien, es un tejido. Una trama entre el cuerpo, la palabra y el deseo.

Se debe a que hay algo que no encuentra lugar. A veces, es el exceso: de expectativas, de exigencias, de pensamientos que no se detienen. Otras veces, es la falta: de sentido, de escucha, de un otro que reciba lo que no sabemos cómo decir. Pero también puede aparecer cuando lo que alguna vez tuvo sentido, deja de tenerlo. Cuando lo que antes sostenía, hoy ya no alcanza.

La ansiedad puede ser la señal de que algo que veníamos sosteniendo, ya no nos sostiene. Se enciende cuando lo habitual se vuelve insoportable, cuando lo que antes se toleraba empieza a doler. Cuando el cuerpo dice basta antes de que la conciencia lo entienda.

A veces, es la urgencia de lo que no espera más. De un duelo no hecho. De una decisión que se evita. De una verdad que se niega. La ansiedad se cuela por las fisuras de la vida cotidiana, y aparece justo ahí donde no queremos mirar. No para castigarnos, sino para decir: «Acá hay algo que no se resolvió».

La ansiedad aparece donde la palabra no alcanza. Donde el sentido se escapa. Donde lo que debería calmar, agita más. Donde lo que se hace por costumbre ya no tiene alma. ¿Qué lugar tiene lo que te pasa en tu vida? ¿Qué espacio le das a lo que sentís? ¿Qué podrías dejar de hacer, si tuvieras permiso para sentir? Ahí puede empezar otra lectura.

¿Qué síntomas son de la ansiedad?

Los síntomas no son errores, son mensajes. Pero a menudo los vivimos como molestias que queremos eliminar. La ansiedad se manifiesta en lo físico, lo emocional y lo simbólico:

  • Dolor o presión en el pecho, que hace pensar: «¿me puede dar un ataque al corazón por ansiedad?»
  • Dificultad para respirar, sensación de falta de aire: «me falta el aire al respirar ansiedad».
  • Hambre incontrolable, especialmente por lo dulce: «me da ansiedad por comer», «me da mucha ansiedad por comer dulces».
  • Pensamientos repetitivos, temor constante, miedo a perder el control.
  • Palpitaciones, insomnio, tensión muscular, sudoración.

Cada uno de estos signos tiene un decir. No es lo mismo un dolor en el pecho en alguien que siente que no puede con todo, que en alguien que ha callado un duelo demasiado tiempo. Por eso, más que preguntarnos «con qué se trata la ansiedad», habría que preguntarnos «cómo alojar lo que esta ansiedad quiere mostrar».

Cuando el cuerpo habla lo que no pudimos decir”

Me despierto con ansiedad

El cuerpo no descansa cuando el alma no ha podido decir. Hay quienes se despiertan en medio de la noche, con el corazón acelerado. Otros apenas abren los ojos y ya sienten esa presión, ese nudo, esa angustia sin nombre.

Me despierto con ansiedad por la noche, dicen algunos. Y no es solo el insomnio o el sobresalto: es que en ese instante donde todo debería calmar, algo interno sigue en alerta. Tal vez porque el día fue demasiado silencioso para lo que había que decir. O porque en el sueño, la verdad asoma.

me puede dar un ataque al corazon por ansiedad

¿Cómo quitar el dolor en el pecho por ansiedad?

Este síntoma es quizás de los más alarmantes. El pecho duele, se aprieta, y aparece el miedo: «¿me puede dar un infarto por ansiedad?». Es lógico temer, el cuerpo habla con fuerza. Pero si se descartan causas médicas, queda lo más difícil: escuchar el sentido de ese dolor.

La pregunta entonces no es solo «cómo quitar el dolor en el pecho por ansiedad», sino «qué hay en mi vida que pesa tanto que el cuerpo lo soporta por mí». Quizás no se trata de quitar, sino de compartir. De no cargarlo a solas.

Ese dolor en el pecho no solo oprime: también señala. Marca un límite. Un basta. Un hasta acá. Como si el cuerpo dijera lo que la boca aún no puede: que algo se volvió demasiado, que sostener tanto ya no es posible. Puede ser una responsabilidad que se volvió sacrificio, una emoción que fue pospuesta tantas veces que terminó por desbordar, una tristeza que quedó sin duelo.

A veces no se trata de buscar alivio inmediato, sino de entender qué historia late detrás de ese síntoma. ¿A qué le teme el corazón? ¿Qué amor, qué pérdida, qué decisión no tomada está pidiendo lugar?

El cuerpo, en su lenguaje directo, nos ofrece una oportunidad: hacer una pausa, detener la marcha forzada y abrir un espacio donde eso que duele pueda ser dicho. No como diagnóstico, sino como acto. Un decir que alivie porque es verdadero. Un otro que escuche sin urgencia de calmar, pero con presencia.

Así, tal vez, el dolor en el pecho deja de ser amenaza y se transforma en una pregunta. Y una pregunta, si es alojada, ya es el inicio de una transformación.

¿Cómo quitar la ansiedad de comer?

Comer no siempre es hambre. A veces es un intento de calmar lo que no cesa. Muchas personas dicen: «como por ansiedad», «me da ansiedad de la nada y voy a la heladera», «no puedo parar de comer dulces cuando me siento mal».

La comida se vuelve un refugio simbólico. El acto de comer puede ser una manera de poner un límite, un borde, cuando todo se desborda. O una forma de llenar el vacío que deja lo que no se puede nombrar. Comer puede también ser una manera de anclar el cuerpo al presente, de sostenerse, de ocupar la boca para no gritar, de llenarse para no sentir el hueco de lo que falta.

Y el dulce, en particular, muchas veces no es casual. Tiene algo de promesa de consuelo. Algo que remite a lo primero que se recibió para calmar, al gesto materno o a su ausencia, al intento de tapar con azúcar lo que no tuvo ternura.

No se trata de prohibir ni de controlar con fuerza de voluntad. Se trata de preguntar qué alimenta esa ansiedad. ¿Qué estás queriendo tragar? ¿Qué no pudiste digerir? ¿Qué sabor falta en tu vida? ¿Qué pasaría si dejaras de comer y te quedaras con esa sensación en el cuerpo? ¿A qué angustia te acercaría?

Cuando el hambre no es del estómago, tal vez sea del alma. Y lo que calma no es el alimento, sino el poder nombrar aquello que lo provoca. Porque lo que se repite en la comida no siempre es un placer, sino una escena. Una escena que busca volver para ser escuchada, para ser leída. No como diagnóstico, sino como historia.

Y lo que apacigua no es tanto el acto de comer, sino el acto de hablar. Nombrar lo que duele, lo que falta, lo que desborda. Un decir que haga de ese vacío algo habitable. Algo propio. Y, a veces, en compañía, ese decir encuentra eco y se convierte en alivio.

“La ansiedad no se controla: se escucha, se aloja, se nombra.”

a que se debe la ansiedad de comer

Cómo puedo evitar la ansiedad / Cómo controlar la ansiedad

Estas preguntas, aunque comprensibles, cargan una trampa. Suponen que la ansiedad es un enemigo a controlar, una presencia a evitar. Pero intentar evitarla suele hacerla más fuerte.

No se trata de huir, sino de escuchar. No es control lo que calma, sino un encuentro. La ansiedad no se «evita»; se puede abrir un espacio donde tenga lugar, donde no sea amenaza sino mensaje.

¿Con qué controlar la ansiedad? Tal vez no con algo. Tal vez con alguien. Con una escucha que no juzga, que no aconseja, que no receta, sino que se ofrece como espejo y como eco. Como lugar donde el síntoma puede hablar.

“No intentes dominar la ansiedad: abrile un espacio.”

“No trates de silenciarla, sino de dejarla decir.”

¿Tiene cura la ansiedad? / ¿Con qué se cura la ansiedad?

Estas preguntas resuenan como parte de una época que busca resultados rápidos, certezas, soluciones cerradas. Pero cuando hablamos de ansiedad, hablar de «cura» en términos médicos o técnicos puede volverse una trampa. Porque no hay un remedio que la borre, ni un protocolo que garantice su desaparición.

La ansiedad, cuando es leída desde la subjetividad, no se cura: se transforma. ¿Y en qué puede transformarse? En una pregunta sostenida. En una pausa. En una palabra que hasta ahora no había encontrado su momento. En relato. En historia. En la posibilidad de habitar el malestar sin que éste se convierta en destino.

Ir al psicólogo no es buscar una solución mágica, sino crear un espacio donde lo que aprieta, pueda decirse. Donde el síntoma tenga voz. Donde se pueda recorrer ese trayecto singular que lleva de la urgencia al sentido propio. No un sentido impuesto, sino uno construido.

Porque a veces, la cura no es eliminar el síntoma. Es ofrecerle otro lugar en la vida. Uno donde ya no tenga que gritar para ser escuchado.

Angustia y ansiedad: ¿es lo mismo?

No. Aunque se parecen, no son iguales.

La angustia es una experiencia más radical, más cercana al vacío, a una falta que no tiene forma ni nombre. Irrumpe sin objeto, como un malestar puro que no se puede ubicar. La ansiedad, en cambio, muchas veces se engancha con algo que parece conocido: un temor, una amenaza, una anticipación. Pero esa conexión no siempre es clara, y por eso también inquieta. La angustia no miente. Es el cuerpo frente a algo que no puede simbolizar. Y aunque la ansiedad a veces parece más manejable, puede ser una forma de rodear eso que angustia, sin tocarlo del todo. En ese sentido, pueden ser dos caras de lo mismo: intentos distintos del cuerpo por señalar lo que la palabra no alcanza.

Ambas son modos del cuerpo de decir que algo no anda. Que algo no encaja. Que algo no fue dicho. Que falta algo, o que algo sobra y no se puede sostener más. En ambas, el sujeto está llamado a responder: no con soluciones, sino con palabras. Con preguntas, con la posibilidad de darse alguna respuesta o quizás con una lectura nueva de su propio malestar.

Y en esa lectura, en esa posibilidad de decir, puede nacer otra forma de estar en el mundo. No sin angustia, no sin ansiedad, pero ya no solo a merced de ellas.

“No es controlar la ansiedad, es hacerle lugar para que deje de gritar.”

¿Qué hacer en un ataque de ansiedad?

Primero, no luchar. No forzarte a calmarte. No exigirte que se pase rápido. A veces, el ataque se alivia cuando uno deja de pelearlo y empieza a prestarle atención. Respirar no como técnica, sino como gesto de pausa. Nombrar lo que se siente. No taparlo.

Y luego, más que buscarle sentido inmediato, tal vez se trate de habilitarle un lugar. Porque lo que estalla en un ataque de ansiedad no siempre es lo que creemos. A veces, es una acumulación. Un exceso de silencios, de pendientes, de angustias camufladas en lo cotidiano.

El ataque no es el todo: es el corte. Lo visible. Lo que rompe el ritmo y se impone. Pero detrás hay escenas, decisiones evitadas, emociones no dichas. No se trata de analizarlo todo enseguida, sino de dar tiempo. De abrir un espacio donde eso que irrumpe pueda ser escuchado con cuidado, sin apuro.

Y si ese espacio se construye en compañía de alguien que escuche de verdad, entonces la experiencia deja de ser amenaza para volverse pregunta. Y una pregunta, cuando no se fuerza a responderla, puede ser un comienzo.

“No trates de vencerla, sino de darle voz, darle palabra.”

¿Por qué a las personas les da ansiedad?

Porque somos humanos. Porque tenemos deseo. Porque vivimos en una cultura que corre rápido, que exige resultados, que premia el rendimiento y no la pausa. Porque hemos aprendido a callar más de lo que decimos.

Pero también porque en cada uno hay un decir. La ansiedad puede ser la oportunidad de escuchar lo que, hasta ahora, había quedado fuera del relato.

con que controlar la ansiedad

 

Es normal sentir ansiedad / Me consume la ansiedad

Sentir ansiedad no es anormal. Es parte de la experiencia de estar vivos, de desear, de no saber. Lo que no es natural es vivir capturados por una exigencia constante de estar bien, de rendir, de funcionar sin pausa. Lo que agota no es sentir ansiedad, sino no tener dónde ponerla. No tener a quién decirle: «esto me pasa».

Me consume la ansiedad, dicen…

Pero tal vez no es la ansiedad en sí, sino todo lo que ella viene a cargar: dolores viejos que no encontraron palabra, promesas que no se cumplieron, escenas que se repiten sin ser entendidas.

A veces, lo que más pesa no es el síntoma, sino la soledad con la que se lo sostiene.

La ansiedad se vuelve insoportable cuando no encuentra un cauce, cuando no tiene dónde alojarse más que en el cuerpo. Y el cuerpo, que no puede mentir, responde. Por eso, no se trata de eliminar la ansiedad, sino de darle un lugar donde no tenga que estallar para ser vista. Un lugar donde ser escuchada, no para corregirla, sino para comprender lo que viene a decir.

Porque a veces, basta con poder decir «me pasa esto» y que alguien esté del otro lado para que eso que consumía, empiece a transformarse.

“Donde hay ansiedad, puede haber palabra. No control, sino encuentro.”

Si algo de lo que leíste te hizo eco, si sentís que tu ansiedad está pidiendo lugar, escucha, una pausa o simplemente una pregunta que no se calle… podes escribirme.

En TudivanPsi trabajo para que esos síntomas tengan un espacio donde no sean juzgados ni corregidos, sino escuchados. Porque a veces, lo que necesitamos no es una solución, sino alguien que pueda alojar con nosotros lo que nos pasa.

Empezamos?

 

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